RELATO ERÓTICO (UNA CENA MUY CALIENTE)
Hola, quiero darte un consejo. Nunca digas que no a una cena de negocios con tu marido, con tu novio o con tu amante, por muy aburrida que pueda parecerte, porque puede resultar una experiencia absolutamente inolvidable. La otra noche mi marido y yo fuimos a un restaurante de lujo. Ya sabes, vinos exquisitos, ostras, langosta, termidor y un delicioso postre que con los vapores del licor y el humo de los cigarrillos casi te hace entrar en éxtasis. Lo malo del asunto es que se trataba de una cena de empresa con el jefe de mi marido, su mujer, compañeros de oficina y respectivas. En fin, un rollo. Allí no se hablaba de otra cosa que de trabajo. Yo sonreía y disfrutaba de la comida mientras me decía para mis adentros que qué lástima de centro, con flores frescas, manteles de hilo y candelabros bellísimos. Los otros comensales estaban demasiado ocupados con los últimos presupuestos del trimestre y el servicio era irreprochable. Los camareros, tan elegantes, con su traje negro, su pajarita, atentos a la menor indicación de los clientes. Y hablando de camareros, el que atendía nuestra mesa estaba como un tren. ¡Dios mío, qué culo! Era tan tentador que después de dos copas de champán y de todo lo demás, no pude evitar pellizcarle disimuladamente. Nadie me vio. O al menos eso creo. Pero el pobre muchacho pegó un respingo de mil demonios y me vertió parte del champán en mi vestido. Se produjo el alboroto consiguiente. Él se disculpó como pudo. Rojo como un tomate. Y yo, que estaba al borde de un ataque de risa. Se ofreció a acompañarme al tocador de señoras y yo le seguí obediente. Y todo esto mientras admiraba la longitud de su espalda y su magnífico trasero. De pronto, al llegar ante la puerta del lavabo, tiró de mí bruscamente y me metió tras una puerta donde decía Privado. ¡Eres una golfa! Me dijo entre dientes y acto seguido se abalanzó sobre mí, besando, mordiendo y estrujando todo lo que encontraba a su paso. Oh, qué lengua, ¡qué manos! Umm En dos minutos yo estaba enloquecida con mis pechos entre sus dedos y mi sexo, restregándose contra su polla, acariciando aquel culo de fábula. ¡Oh! Le pedí que me dejara chuparle su pene enseguida porque le veía muy embalados y no quería perdérmelo. Apenas me dejo. Prefirió hundir su verga palpitante en mí y follarme como un loco. Yo gemía, suplicaba más, más, me muero. Me corro. Oh, oh, oh, oh, ¡oh!, nos corrimos al mismo tiempo de una manera salvaje, y puedo asegurarte de que fue el polvo más excitante de mi vida. Después ordenamos cuidadosamente nuestras ropas y salimos despacito tras asegurarnos de que no había moros en la costa. En el pasillo. Quiero decir. Volví a la mesa sonriente y despejada, y al despedirnos hablé con el metre asegurándole que volveríamos porque el servicio había sido excelente. Solo tuve un pequeño contratiempo cuando ya en el coche, mi marido, también calentito por la cena y por los vapores del vino, comenzó a meterme mano. ¿De repente miro muy sorprendido, cariño, desde cuándo no usas bragas? Le miré dulcemente y le dije que aquello era una sorpresa porque aquella noche había sido muy, muy especial para mí y que estaría encantada de acompañarle en todas sus comidas de negocios.
Comentarios
Publicar un comentario